Soy una persona interesada en compartir lo que creo, no para que lo crea así por así, sino para que lo considere, de acuerdo a su propia comprensión y determine cuán conveniente será para usted creer en lo que yo estoy creyendo. Estoy plenamente convencido de la necesidad de compartir aquello que creo por lo valioso que a mí me parece que será para aquel que me preste atención.
Lo que creo me hace libre y esclavo, libre de lo que no me conviene y necesariamente esclavo de lo que sí me conviene. Porque aquel que deja de hacer lo que no le conviene y hace lo contrario, necesariamente hará lo que sí le conviene. Por la misma razón, cuando dejo de creer en lo que no me conviene, en lugar de intentar convencerme de que no debo creer, conviene que crea en lo que sí me conviene.
Con letras procuro guiar su mente a pensar en lo que más le conviene. Porque la mente está limitada, no lo puede entender todo, pero si dentro de lo que entiende decide apropiadamente para su bien, le resultará fácil decidir: Creer o no creer. Es una decisión inevitable, no busque ni espere a que le convenzan, considérelo con responsabilidad y decídalo porque de ello depende su futuro eterno, por eso, créame que le conviene creer en Jesús. Le conviene creer en lo que le conviene y no defender lo que cree, creyendo que le conviene defenderlo, si a la verdad, lo que le conviene es que le defienda aquello que cree. No reniegue de su razón, medítelo cuidadosamente y reconocerá que Dios es un culto racional, si no lo fuera, no nos invitaría a meditar de día y de noche, simplemente nos diría «ES UN MISTERIO», pero, afortunadamente, no hay misterio en el evangelio, hay cosas ocultas pero el evangelio vino a ser anunciado por el mismo hijo de Dios, así que, LA FORMA DE SALVACIÓN DE DIOS, dejó de ser oculta o «un misterio» porque Dios la reveló por medio de su hijo, quien además de anunciarlo atravez de enorme tormento y su propia muerte, mandó que fuera predicada al mundo esta forma de salvación provista por él mismo, de modo que dejó a nuestro alcance esta perfecta e infalible forma de salvación: EL EVANGELIO.
Porque los que dicen no creer, tienen el suficiente seso para notar que están creyendo en eso, en que les conviene no creer y se aferran tanto que parecen fervientes defensores de no creer en nada y es en nada en lo que creen. Pero no se trata de simplemente creer, o creer en algo como inspiración para sentirse o parecer espiritual, se trata de creer en algo que despues de haberlo creído proporciona indescriptible paz, consuelo y entendimiento: Jesucristo es quien respalda esto, no sólo con sus palabras cuando nos dice que es el camino, la verdad y la vida, sino por el testimonio de muchos que desde hace dos mil años han estado dispuestos a morir por él en forma consciente y no embrutecidos por un lider que provoca suicidios, ya que, los cristianos que han muerto lo han hecho a manos de engendros del demonio que pretendían apagar su fe, una fe que prevalece hasta hoy y no dejará de ser en los corazones de los hombres hasta que él venga.
Aunque suena atrevido, es una verdad confirmada por la palabra que comparto, puedo decir como Pablo: Ay de mí si no predico.
Existe, de Dios, una necesidad natural para compartir lo que él nos ha dado de gracia. Lo que sabemos y de lo que testificamos, somos indignos portadores que merecemos ser consumidos si lo retenemos egoistamente.
Por esta razón, es imperativo decir que nada nuevo diré, sin embargo, lo que diré es totalmente nuevo porque, tal como los otros enviados, predicar es descubrir contínuamente la verdad que aquel enemigo de los hombres, por su naturaleza maligna, siempre procura ocultar con sus engaños, por eso, siempre predicaremos: LAS BUENAS NUEVAS DE SALVACIÓN.
Mi nombre no aporta ningún valor a lo que digo, las cosas que aquí presento valen por sí mismas porque hablo de Dios de acuerdo a la razón que él mismo nos otorga. Por esto resulta muy práctico y acertado decir que lo que digo, necesariamente será verdad para aquellos que busquen la verdad con los mismos principios que yo le he buscado. Aclaro que mis principios son lógicos hasta dónde a mí se me permite entender y lo serán para los que razonen para su propia conveniencia y no para favorecer una creencia que su propia razón considera defectuosa y la pretende defender como si por eso recibirá una recompensa. Esto resulta complicado pero es lo normal, es lo más natural que alguien puede hacer cuando pretende que se le excuse su forma de vivir, cree estar a mano con Dios cuando él acepta y defiende aquello que él mismo se da cuenta que está un poco débil ó ilógico, etiquetándolo como «un misterio». Dios no puede ser burlado, Dios no se ha equivocado, no necesita que le excusemos errores, Dios no necesita de nuestra complicidad para defender una farsa.
Lo que de Dios debemos saber no es necesariamente lo que sabemos, es lo que está escrito. No porque lo escrito sea perfecto sino porque el que mandó a escribir es perfecto, tanto así que, no necesita un sólo versículo en la Biblia o una introducción para decir «Si hay errores son de los hombres, no míos». No necesita eso, sólo dejó dos sentencias: 1.Prohibido quitar 2.Prohibido agregar, con sus respectivas consecuencias. La palabra de Dios es perfecta y por eso, el que la predica no necesita defender partes débiles ni limar asperesas para hacer sentir que Dios es todo amor. Dios, realmente es amor, pero eso no le impide, permitir que los rebelder reciban aquello que él mismo, en su amor, les ha dicho que deberían abandonar, pero la terquedad y orgullo del hombre le impulsa a su propio perjuicio.
Con estas palabras me presento, porque no vengo a hablar de mi mismo es que estas palabras no hablan de mí, sino de lo que hablo, de lo que quiero compartir, no imponer, no me es posible imponer, sólo compartir e invitar a tener, de Dios, el concepto más sinceramente congruente con nuestra razón. Porque tenemos una razón limitada, pero esto no significa que estemos limitados para entender que si Dios quiere salvarnos, no podamos entender lo necesario para recibir de él, lo que él quiere darnos.
De Dios hablo, por él hablo, porque quiero lo que él quiere, que usted reciba lo que yo creo haber recibido. Y cuando digo «creo» lo digo convencido y no dudando, porque el creer es necesariamente una convición porque sino, no sería creer, sino dudar. Si dijera, lo que dudo haber recibido, estaría claro, sin embargo, porque no estamos acostumbrados a creer, cuando digo creo, el que no sabe creer lo asocia con dudar. Pero yo creo, creo en mi poderoso Dios que ha hecho lo que era necesario para que la salvación estuviese a nuestro alcance. Tómela por amor de Dios, tómela por amor de su alma y la de los que ama.