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El amor de Dios y su Justicia

Cree usted que hay contradicción?

La contradicción está en la mente de aquellos que anticipadamente buscan una excusa para no obedecer a Dios, la Biblia no se contradice. Dios no deja de ser amoroso cuando imparte justicia.

Contamos con algo por lo que daríamos la vida, muchos dicen que vale la pena morir por ella: La libertad. Pero no parecemos aceptar que esa libertad tiene límites, o no queremos aceptar las consecuencias de usar nuestra libertad sin condiciones.

Somos tan insignificantes, pero el amor de Dios es tan grande que no toma en cuenta cuán pequeños somos.
Somos tan insignificantes, pero el amor de Dios es tan grande que no toma en cuenta cuán pequeños somos.

Talvez porque creemos que si tiene algún límite o condición, la libertad deja de ser libertad. Talvez porque no nos han explicado o no nos ha interesado conocer el tipo de límites y condiciones que deben regir nuestra libertad. Por eso hay una contradicción en nuestra mente, porque queremos hacer lo que querramos, pero, cuando nos enteramos de las consecuencias del mal uso de la libertad, esa consecuencia que más nos desagrada, el infierno que tan terriblemente nos han pintado, entonces, lanzamos el grito al cielo, casi literalmente, decimos que debe existir mala intención o trampa por parte de aquel que dice darnos la libertad, porque nos pretende castigar con tanta crueldad sólo por habernos dado el gusto, el gusto de usar nuestra libertad, seguramente lo dispuso así para que nadie se librase de ese castigo, porque nos resulta difícil que alguien se abstenga de ciertas «libertades». En otras palabras, él que dice darnos libertad, está jugando con nosotros como el gato con el ratón.

El juego está en nosotros mismos, queremos libertad absoluta y no nos damos cuenta que eso es muy subjetivo y peligroso, además de imposible. Imaginemos que alguien considera que su libertad le permite asesinar a quien se le cruce en el camino. Muchos creerían que este ejemplo es una exageración y olvidan que es una realidad, una realidad que desgraciadamente tenemos que vivir, por ello parece como si viviésemos en la cárceles abarrotadas y no nos exponemos en la calle porque puede salir cada loco, por ello, muchas personas están enjauladas como lo que son, animales que no pueden andar entre la gente. Pero, aunque hayan miles enjaulados, no dejamos de estar expuertos, porque existe mucha gente que no se ha enjaulado, mereciéndolo ó deberíamos decir, siendo conveniente para el resto, porque el asesino, ladrón, violador o lo que sea, no considera, él mismo, que merezca estar encerrado, quiere su libertad, su libertad de hacer lo que le venga en gana.

Pues bien, sencillamente no es posible interpretar «libertad» como licencia para hacer lo que se nos antoje, porque convivimos con otras personas y debemos reconocer que algunas libertades de nuestra parte podrían afectar los intereses de otros. Tal como lo dijo Benito Juárez, «Mi libertad termina donde comienza el derecho ajeno». Pero los límites no están determinados únicamente por los derechos de los demás, sino también por mi propio bienestar, porque pareciera que se nos deberían aplicar las leyes de la robótica, principalmente aquella de «no hacernos daño a nosotros mismos». Veamos cuánto problema se acarrea Estados Unidos luchando contra el narcotráfico, mientras que centenares de ciudadanos, idiotizados por los placeres que les provocan las drogas, no dejan de promover tal negocio, pero a ese gobierno le resultara más conveniente y económico, prohibir el consumo. Pero no pueden limitar de esa manera «la libertad» de sus ciudadanos, de sus propios hijos. Si ellos endurecieran las sanciones para los que consumen las drogas, el asunto mejoraría considerablemente, sin embargo, ya no podrían decir que la libertad es la principal característica de su pueblo.

La libertad es peligrosa para los que la usan contra sí mismos. Pero si nos hacemos daño nosotros mismos, por qué lloriqueamos cuando nos limitan esa libertad que estabamos usando para dañarnos ó, dicho de otra forma, por qué queremos hacer lo que nos venga en gana y no queremos aceptar las consecuencias.

Pensamos: Si nos piensan castigar por lo que hacemos con nuestra libertad, por qué no nos quitan esa libertad y así nos protegen de ese castigo?… realmente queremos que se nos quite la libertad?, si esto fuera cierto, entonces podríamos entregar, voluntariamente y por nuestra propia conveniencia, la libertad de hacer aquello que nos acarreará problemas, sin embargo, lo decimos nada más como excusa, porque seguimos utilizando aquello que podríamos entregar.

Un cristiano, según lo describe la Biblia, es alguien que decide ser esclavo de Jesucristo, porque le entrega voluntariamente la libertad de hacer aquello que Jesús enseñó que no convenía hacer. Porque el evangelio, el evangelio bíblico, sólo nos dice que no hagamos aquello que no nos conviene y evitemos aquello que nos podría crear dependencia. La regla es clara, no nos manda a leer un manual de miles de páginas, ni nos dice que alguien tendría que elaborarnos una lista de las cosas que no convienen o que podrían crearnos dependencia. Cada persona será juzgada de acuerdo a su entendimiento, por ello, cada uno de nosotros es responsable de ser sincero consigo mismo y decidir si algo no le conviene, a su salud, a su seguridad a sus sentimientos, en fin, no le conviene porque le puede afectar de alguna manera. Para nada se valen aquellas excusas que bloquean el cerebro, aquellas que se dicen para que no se les considere tontos, aquellas excusas a veces aprendidas porque se niegan a reconocer cuán insensato es hacer cosas contra sí mismos, aquellas excusas del tipo: «de algo tengo que morir».

Prefiero abstenerme de lo que Jesucristo manda que me abstenga porque de esa manera me va mejor y agrado a mi creador. Dios prohibe lo que nos hace daño, porque Dios es bueno.

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