En la mente de muchas personas está que Cristo sufrió ante el diablo, como si él hubiese pagado el precio para rescatarnos de Satanás. Satanás no era más que otro condenado junto a nosotros, un engañador que por su rebeldía ante Dios fue desechado, derribado de las mansiones celestes y condenado por el justo juicio de Dios.
La pasión de Cristo no es un «show» para que nos compadezcamos de él, no es para que, conmovidos por su sufrimiento, procuremos ser «buenas personas». Jesucristo no vino al mundo a procurar nuestra lástima y lo dijo muy claro: «No lloren por mí, lloren por ustedes y por sus hijos», porque él estaba sufriendo esa gota amarga para que tuviésemos una oportunidad, lo hizo por obediencia, lo hizo porque no había otra forma de redimir nuestro pecado, lo hizo por amor. Un amor que debemos corresponder, porque él nos amó primero. Jesús no vino a sufrir para que nosotros «procurásemos sufrir» haciendo alguna penitencia o cualquier otro sacrificio que nos haga sentir «falsamente» que hemos sido purificados por ese esfuerzo o esa entrega. No hay nada que podamos hacer para compensar o solidarizarnos con el sacrificio de cristo, lo que debemos hacer es darle gracias y recibir el beneficio de su sangre derramada.
Porque Dios es justo, estableció un castigo para el pecador, el premio por su maldad es merecido y Dios no es culpable por otorgarlo sino el pecador es insensato que lucha día a día por merecerlo.
Porque había un castigo establecido, un castigo que no podía ser ignorado sin haberse ejecutado, un castigo establecido por Dios para los rebeldes que prefieren la oscuridad y no la luz. Por esa razón, el castigo no vino del diablo sino del mismo Dios justo y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Muchas veces procuramos hacer quedar a Dios como que no hace nada drástico, todo amor, como que no castiga a nadie, porque al igual que aquel delincuente que piensa que su condena es el resultado del testimonio de un testigo, de la investigación y acusación de un fiscal, o de la decisión arbitraria de un juez, nosotros también, equivocadamente, en ocasiones podríamos llegar a creer que el castigo establecido por Dios es el resultado de un capricho de él y nos extraña por qué no lo quita, por qué no destruye el pecado y nos libra de una vez por todas, por qué no quita todo aquello que nos provoca tentación y no queremos aceptar la responsabilidad de la libertad por la que tanto peleamos y que Dios nos concedió para actuar contra lo malo, Dios nos da la libertad de elegir y voluntariamente elegimos lo malo, pero después no queremos aceptar que debemos enfrentar las consecuencias de nuestras decisiones, que el castigo para el pecado sólo se nos aplicará si elegimos pecar teniendo la oportunidad de elegir no pecar, pero esta opción de no pecar sólo es posible creyendo en Jesucristo. Nosotros actuamos como el delincuente irresponsable cuando pretendemos defender a Dios diciendo que el castigo no viene de él, porque recordamos que del Padre de las luces no proviene nada malo, sino sólo las buenas dádivas y dones perfectos, por eso creemos que de él no viene el castigo o las pruebas, sin restar validez ni contradecir a la escritura que nos dice que de Dios nada malo procede, podemos comprender que el castigo y la prueba viene de Dios, porque él estableció castigo para el pecado y dijo también que así como el oro, nosotros también seríamos probados.
El castigo viene de Dios. El castigo no es un regalo de Dios, los castigos son el fruto del pecado, es algo establecido por Dios para aquel rebelde que decide contradecir a Dios y no escucha la palabra donde él nos invita a reflexionar: «dura cosa te es dar coces contra el aguijón«, ya que a él mismo le duele que nosotros procuremos nuestro propio mal prestándonos al pecado, es decir, dándonos la libertad de hacer lo que no debemos, porque al pecador no le importa estar sufriendo o la advertencia del castigo, pues cree que Dios «no puede», «no es capaz», «es demasiado bueno» y una serie de mentiras inculcadas por el enemigo de las almas, que les lleva a exponerse a un castigo previamente anunciado. El ser humano toma voluntariamente el castigo al hacer aquellas cosas que tienen establecido un castigo, creyendo que podrá escapar como lo hace muchas veces con la justicia de los hombres. El justo juicio de Dios es infalible, Dios no puede ser burlado, lo que el hombre sembrare, eso cosechará. Pero Dios da una salida, una forma de escapar del castigo por él establecido contra el diablo y sus demonios, Dios en su preciosa misericordia descargó el castigo sobre su amado hijo, Jesucristo, Dios quiso darnos una oportunidad castigando el pecado en su propio hijo, porque él estableció que «sin derramamiento de sangre, no hay remisión de pecados». La pasión de Cristo no es un precio pagado al diablo para rescatarnos de él, sino el precio pagado ante la justicia divina de Dios, para que no sufriésemos junto al diablo que quiere llevarse a otros con él.
Las pruebas vienen de Dios. Dios no ejecuta la prueba, nosotros estamos en un ambiente contaminado, donde toda nuestra vida sería una «prueba insoportable» sino fuera por la misericordia de Dios, ya hubiésemos sido consumidos, se nos dice, porque Dios no nos deja ser probados más de lo que podemos soportar, él cuida de nosotros. Entonces, considerando este ambiente tan peligroso, engañador y que pretende absorvernos, para los que Dios desea usar como instrumentos suyos, para hacer llegar la buena noticia a los perdidos, para hacerles saber que Jesuscristo ya pagó el precio de su pecado, Dios prepara a sus hijos así como funciona una vacuna, permitiéndoles experimentar cierto sufrimiento para que sean conscientes de lo que otros están viviendo y les hagan llegar el mensaje de una manera más solidaria, de una manera más efectiva. Jesús mismo fue probado, no porque se dudase de él, sino para que estuviese humanamente consciente de cuán oportunista es el diablo que llega en los momentos más difíciles a ofrecer su engañosa ayuda, porque el diablo no ayuda a nadie, sólo pretende llevarlos con él a la perdición. No pretenda «defender» a Dios diciendo que de él no viene la prueba que usted está viviendo, no olvide que ni la hoja de un árbol se mueve si no es por la voluntad de Dios, porque la prueba tiene su propósito y gócese porque ha sido hallado apto para servir a Dios en una misión especial. La pasión de Cristo, es la prueba más grande del amor de Dios por nosotros, es la forma en la que Dios mismo puso a prueba el amor que nos tiene.
El castigo y la prueba pueden venir al mismo tiempo pero no es así necesariamente en todos los casos. En el caso de Job, que reconocía su rectitud, aunque muy confundido al principio, con una multitud de dudas se mantuvo respetuoso de Dios y por esa actitud Dios le dió explicaciones que no merecía, porque fue hallado recto ante los ojos de Dios y él quiso que Job fuese el testimonio que hasta hoy perdura para que veamos que no de valde se cree y teme a nuestro poderoso y buen Dios.
Es necesario reconocer la diferencia entre castigo y prueba, para actuar en consecuencia, para que tomemos las acciones que correspondan y en ese punto debemos ser muy sinceros porque a nadie se le permite juzgarnos en lo que no se ve. Cada uno júzguese a sí mismo de acuerdo a la medida de su fe. Si estoy viviendo mal, sin obedecer a mi Señor, debo estar consciente que muchos castigos pueden venir a mi. Si estoy viviendo mal y no estoy sufriendo ningún castigo, la alarma debe ser mayor, porque entonces no he sido tomado como hijo de Dios, porque un hijo de Dios puede pecar pero no puede quedar sin ser castigado por esa desobediencia, pues Dios, al que toma por hijo lo castiga cuando se porta mal. Si en todo lo que entiendo y comprendo estoy haciendo la voluntad de Dios, si lo hago con todas mis fuerzas e intenciones, al venir algún conflicto o dificultad a mi vida, debo tomarla como una prueba en la que Dios me quiere hacer consciente de algo o quiere que aprenda algo para serle útil en una misión especial. Mientras mejor dispuesto esté a comprender y aceptar lo que Dios quiere, de menor intensidad y menor duración será la prueba.
No creamos pues, que la pasión de Cristo fue para que no sufriésemos ningún castigo o ninguna prueba, sino para que tuviésemos acceso inmerecido a la grande salvación de Dios. Cristo pagó ante el Padre el precio establecido por el pecado, su preciosa sangre fue derramada por nosotros. No desperdicie ese regalo que fue tan caro. No se trata de compadecerse de Cristo, sino de compadecerse de aquellos que por rebeldía u orgullo no reciban este precioso don.