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Creo… luego, entiendo.

Nadie me puede explicar el evangelio para que lo entienda, sino para que lo crea. Después de haber creído, podré entender lo suficiente para no ser influenciado por aquellos que no creen.

Porque aquel que cree, no se resiste al que no cree por su sola fe, sino por la comprensión del fundamento de su fe. De allí la frustración de aquel que desea manipular al creyente verdadero en Jesucristo, porque no se trata de fanatismo sino de una base para toda su esperanza y una luz que puede abrir el entendimiento.

Un doctorado en teología y cualquier otro grado académico, no es suficiente para entender el evangelio de Jesucristo. No porque sea complejo, sino porque no se trata de una teoría, sino de una verdad que, luego de ser sinceramente creida, se presenta clara y sin ningún conflicto con la razón humana más pura.

Las personas que no conocen la ciencia ó el evangelio (sólo una de las dos opciones) y se precian de muy conocedores de la otra, suelen contradecir los principios de aquello que suponen conocer. Es decir, los que se consideran gurus en uno de los temas y menosprecian el conocimiento en el otro, cuando cuestionan el tema que no conocen, demuestran que conocen pobremente aquel que dicen conocer. Por ejemplo, los que creen conocer el evangelio piensan que la ciencia ataca a la Biblia, y los que creen conocer la ciencia, creen que para aceptar el evangelio es necesario acallar la razón, como si existiese un irreconciliable conflicto entre la inteligencia y la fe.

Aquello que, históricamente se utiliza para pretender que el evangelio se equivocó al censurar a Galileo, el hombre al que una iglesia mandó a callar por creer que contradecía a Dios, no es más que un ejemplo de las tantas intolerancias de una religión que nunca ha sido ni será cristiana, porque no se apoya en el evangelio escrito en la Biblia, sino en sus propios ritos, dogmas y tradiciones que en su mayoría contradicen las verdades bíblicas, de manera que no se puede acusar al evangelio de equivocarse, porque el evangelio es una verdad que no respetan aquellos que censuraron a Galileo y a otros tantos. Pero, a medida que la ciencia avanza, más y más coincide con las verdades bíblicas.

Mientras que, los verdaderos conocedores de la ciencia no se empeñan en ridiculizar el texto bíblico sino que, advierten sus aciertos y, promoviendo sus descubrimientos científicos fortalecen la propuesta bíblica de los hechos. Como ejemplo de científico que realmente hace su trabajo, mencionaré al Sr. Albert Einstein que notó o advirtió ciertas «leyes» científicamente comprobables que contradicen la teoría de la evolución, pero mientras le alaban por sus magníficos descubrimientos y aportes científicos, parecen ignorarlos y continúan promoviendo «teorías» antibíblicas y que podrían ser consideradas «anticiencia» por sus absurdos. Siempre seguiremos encontrando una gran cantidad de obstinados «científicos» que han tomado como su deber o responsabilidad, el demostrar la absoluta contradicción entre la Biblia y la ciencia. Porque hay unos que, reconociendo menos lógico y menos inteligente «su posibilidad científica» ante la «simplona propuesta bíblica», descaradamente se proclaman partidarios de aquello que ellos mismos reconocen menos probable o menos inteligente, con la «FE» de que, posteriormente, en edades futuras, ellos mismos u otros científicos con más tecnología, encontrarán las «razones» o las «pruebas» que les hará ver o descubrir, que aquello que hoy les parece «de poca solidez científica» se aclarará y se mostrará más inteligente que aquello que, a su pesar, hoy por hoy, se muestra como la opción más fuerte ante toda lógica.

No es difícil comprender la actitud de los seudocientíficos que, por su dominio de una disciplina, se consideran aptos para juzgar en forma absoluta y definitiva, todo aquello que se opone a lo que ellos han decidido «creer», porque, aunque suene contradictorio, huyendo de creer aquello que se les anuncia para que lo crean, terminan creyendo aquello que, según ellos, no es algo tan simple como «creer». Porque el ser humano, por las limitaciones naturales de su mente que no puede comprender y explicarlo todo, se ve, inevitablemente, en la necesidad de decidir en qué creer. No se trata de ciencia y fe, sino de dónde poner la fe.

Pero el engaño de que son objeto, interpretan equivocadamente algunos hechos históricos que, según ellos, les alientan a persistir en su propósito de demostrar que «la religión» es la que está equivocada. No evalúan apropiadamente los hechos, porque ellos piensan que el catolicismo es lo mismo que cristianismo y, equivocadamente creen también que lo que hace o dice el catolicismo, es lo que la Biblia propone, ignorando el grande abismo que separa al catolicismo del cristianismo bíblico y, mientras imaginan luchar contra la históricamente irracional actitud de las autoridades católicas, terminan golpeando inútilmente una sólida roca utilizando un material que se demenuza en sus manos antes de acertar el golpe. Pero, los engañados, persisten en su obstinación sitiéndose la nueva versión de «Galileo Galilei» que, a la postre, serán honrados por su «incansable búsqueda de la verdad». Tan lamentable como cierto, el proceder de aquellos que, para ser considerados científicos, no se valen de propuestas puramente científicas que ayuden a la sociedad, sino de su actitud hostil ante la palabra de Dios, creyendo que Galileo Galilei asumió su histórica posición porque «suponía y creía» en lo que decía, pero no era así, Galileo no «suponía y creía» lo que decía, porque él estaba completamente seguro, pues contaba con la evidencia necesaria para probarlo, pero no se le permitió.

Pero como la contradicción parece ser la norma, podríamos encontrar que, la mayoría de los científicos en conflicto con la propuesta Bíblica, suelen ser o tener fuertes vínculos con el catolicismo, y es precisamente por eso que no advierten el problema, porque en su aparente «tolerancia», piensan que el catolicismo es una religión sana y asumen que sus procedimientos y posturas politico-religiosas se apoyan en la Biblia, se creen listos atacando «la raíz» del problema. No saben ni entienden, porque hay una fuerza superior que no les permite ver ni entender, porque son identificados fácilmente como gente hostil y rebelde que no le interesa conocer y mucho menos obedecer la infalible palabra de Dios.

No hay conflicto alguno entre la Biblia y lo que la ciencia domina en la actualidad y tampoco lo existirá con aquello que la ciencia llegue a dominar en el futuro. Pero, si, existe un conflicto fatal, un conflicto que se incuba y crece escondido en el corazón de aquellos que, con todas sus fuerzas quieren desacreditar a aquel que expresó su voluntad en la Biblia, creyendo que así, por si se le ocurre efectuar ese anunciado «juicio que todos temen», le podrán reclamar que su palabra no era cuerda, le podrán decir que las condiciones «no eran justas», le podrán inculpar de «las injusticias que a diario se viven» y de tantas cosas que lo harán desistir de condenar a tantas «inocentes víctimas» de la confusión creada por ese ser que «se equivoca».

No se dan cuenta, ni se interesan en conocer el evangelio descrito en la Biblia, donde no se habla simplemente de pecado y castigo, o de buena obra y premio. El evangelio es una opción tan revolucionaria que no puede ser comprendida por ningún rebelde, porque es una opción gratuita, no es un premio al buen comportamiento, es un regalo cuyo extraño efecto en el beneficiario es hacerle actuar como si fuese merecedor de él. En contraste, el castigo anunciado no es una amenaza y tampoco puede ser considerado como el desahogo de un ensañado Dios que pretende hacerle daño a aquel que se ha portado mal. Porque el castigo es algo que los condenados toman voluntaria y deliberadamente porque se obstinan en probar que «la Biblia está equivocada». No es un castigo escondido pretendiendo sorprender a su inadvertida víctima, es un destino anunciado muchas veces y de distinta forma por un Dios que quiere librarnos de él, pero, lamentablemente, muchos prefieren marchar directamente hacia ese horrendo destino porque su objetivo es demostrar que la Biblia está equivocada, y para darse aliento, parecen coleccionar todos aquellos textos bíblicos en los que creen haber encontrado contradicción entre sí, o que contradice un asunto «científicamente probado».

No se trata de creer la Biblia de manera irracional, se trata de ser responsables con aquella cuota de razón que se nos otorgó y no ir contra aquello que nuestra propia razón nos advierte, creyendo que en un futuro seremos honrados por nuestra heróica postura que, superando a Galileo Galilei, todavía no tenemos elementos científicos para probarlo, pero creemos en eso, porque la Biblia «no puede tener la razón».

No nos equivoquemos, Dios no puede ser burlado, lo que el hombre siembre, eso cosechará. Escuchemos y atendamos a nuestra propia razón, porque en aquel día, nadie tendrá excusa, lo que significa que, lo que es necesario que sepamos, ya lo sabemos.

Dios es Dios, todo lo que parece estar contra su palabra, necesariamente y sin excepción, es algo equivocado barnizado con rebeldía y expone a su partidario al más horrendo de los destinos.

Crea en Jesucristo… luego entenderá cuán afortunado es, el que cree en él.

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