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Creen que piensan que no creen

Escribir acerca del evangelio para los que no creen, es muy similar a escribir un libro para que aprendan algo quienes no leen. No hay problema con los que no saben leer, sino aquellos que saben o se cree que saben leer y no acostumbran hacerlo.

Muchas personas han aprendido a leer y apenas leen los rótulos que encuentran en su camino y de todo buscan «el resumen» para no fatigarse leyendo. No es que sean perezosos como algunos piensan, la verdad, en la mayoría de los casos, es que les cuesta mucho trabajo y cuando terminan de leer una frase ya olvidaron la anterior y de esa forma se les hace muy difícil llevar el hilo de la lectura y sienten como si se hundieran en un mar de letras sin sentido.

Fácil recordamos a alguien que, al pedirle que lea algo, parece que primero cuenta las letras, las palabras, las líneas, las páginas o las hojas de lo que le pedimos que lea y no pueden evitar quejarse por castigarles con esa «enorme» lectura.

Entonces, aquellos que escriben deben dejar de ilusionarse con que les leerán los que no leen. De forma similar, los que escriben sobre lo que creen no deben albergar muchas expectativas de que tomarán en cuenta sus pensamientos aquellos que no creen. La Biblia dice que somos sabios para aquellos que han alcanzado madurez, pero, para todos los demás, lo que decimos es un: «bla, bla, bla, …» y si no tenemos cuidado con eso, estaremos abusando «de la tolerancia» de aquellos que educadamente nos escuchan y luego podríamos advertir que nos evitan. Pero es una consecuencia advertida por Dios mismo, pues nuestra prudencia nos debería marcar un alto cuando notamos la falta total de interés en el tema que estamos abordando por parte de los oyentes. Ni el mismo Jesucristo habló en un tono que pudiese alguien pensar que estaba suplicando la atención de los rebeldes, pues cuando sus discípulos le advirtieron: «tu palabra es dura», él no consideró necesario ni siquiera suplicar a sus propios discípulos y les respondió: «Queréis iros vosotros también?». Las cosas son como son, las querramos creer o no.

«No echéis las perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y se vuelvan contra vosotros», así lo advierte la escritura. La palabra de Dios ES PRECIOSA, Dios no quiere que le estemos suplicando a alguien para que la tome en cuenta. Si usted hiciera una prueba que no le recomiendo hacer: Tome literalmente un texto bíblico y lo comparte en un sitio de esos que se creen intelectuales y rechazan la existencia de Dios de manera tajante o de manera diplomática (unos se llaman ateos y otros gnosticos), compártales ese texto que usted consideró muy especial y además del menosprecio que harán del texto que les comparta, recibirá insultos que vienen desde lo más profundo y asqueroso de los demonios que los tienen prisioneros.

No, mis palabras no son para los que no creen. No digo que no puedan creer, sino que, porque no piensan, no meditan con una razón pura y humilde entonces no pueden digerir apropiadamente las evidencias que Dios ha dejado para que, los que no están pleiteando con él, no se pierdan, sino que procedan al arrepentimiento y reciban de Dios la misericordia ofrecida a todos los hombres. Jesús explicó que el reino de los cielos era como aquel que invita a sus amigos a una cena y no llegan, entonces, en lugar de suplicarles invita a otros que si quieran aprovechar esa oportunidad de «comer gratis». No nos gastemos en querer convencer a alguien, pues no podemos hacerlo y sólo podemos compartirles aquello de lo que nosotros ya debemos estar convencidos: Jesús es el camino, la verdad y la vida, nadie viene a al Padre si no es por él.

Estoy convencido que esto que escribo no es para alguien que no cree, sino para los que creen que creen, para que se afirmen más y lo compartan con aquellos que quieren que crean, especialmente con aquellos a los que quieren, porque no quieren que se pierdan si siguen sin querer creer, porque de poder creer todos podemos creer: «No te he dicho que si creyéreis verais la gloria de Dios». Pues a muy pocos Dios concede el asunto en un orden inverso: Les permite ver su gloria para que crean. Supongo que los beneficiarios con este cambio de orden de las cosas, tal como sucedió al apostol Pablo, Dios ha visto sus corazones, sabe que no hay maldad en ellos y si no creen es porque están muy involucrados en su propia (pero confundida) forma de agradar a Dios.

Quiera Dios permitirle creer a aquellos que usted quiere y quiere que crean. Pídale al Señor por aquellos que quiere que crean porque el creer no depende de que usted sea bueno para explicar sino para predicar.

El que ya cree, es porque ha sido beneficiado por Dios con inteligencia pura, aunque no lo crea el que no cree, porque para que lo entienda, primero debería creer, para notar lo que está perdiendo y así podrá comprender cuán inteligente es creer.

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