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Sólo por hablar de la FE

Muchas veces decimos algo que queremos creer. Creemos que con decirlo aportamos algo para que se haga más cierto aquello de lo que estamos hablando. Muchos que se consideran cristianos actúan de manera similar cuando no viven lo que dicen creer, como si sólo se tratara de creer por creer o hablar del creer. Probablemente no han meditado en aquella escritura: «la fe sin obras, es una fe muerta» porque eso significa que de alguna manera, la fe que tenemos, debe influenciar nuestras acciones cotidianas y es allí, donde se producen las obras de la fe.

Se suele considerar que la escritura se refiere a lo mismo cuando habla de «obras de la ley» y «obras de la fe», pero no es posible que se trate de lo mismo, porque de las primeras dice: «somos salvos por la fe, sin las obras de la ley», en cambio, de las segundas dice lo antes mencionado: «la fe sin obras, es una fe muerta», un muerto no existe, entonces no hay fe.

Por ejemplo, como en mi caso no suelo mencionar la cita bíblica, como suponiendo que el que me lee ha escuchado o ha leido en alguna ocasión los textos a los que me refiero, estoy creyendo que pueden notar el apego a las escrituras de mis palabras, pero, esperando un poco más, consideraría un éxito que, aquellos que me lean, con la intención de ayudarme si en algún punto me estoy desviando, vayan a la escritura sagrada y vean los textos en su contexto y me hagan el favor de orientarme mejor.

Entonces, aunque nos hayan hecho creer que al creer en algo se hace real (como un pensamiento positivo), podemos notar que ese pensamiento en si, es negativo cuando se refiere a la fe cristiana, porque muchos, partiendo de eso, creen que si no creen en el infierno, pues no será real para ellos, aplican lo mismo para la religión y para Dios, profesando ser sabios se hacen necios, dice la escritura.

Imagine usted que alguien le dice «Cuidado! viene cayendo un ladrillo directo a tu cabeza» y usted dice:

«Qué negativo este que me avisa, cómo si no puede anunciar cosas mejores. Por qué no me dice mejor que me caerá dinero del cielo y eso si se lo voy a creer. Entonces, asume que si no lo cree, no existirá el ladrillo»

Suena un poquito tonto, pero no actuamos así cuando nos avisan de cosas que entendemos las consecuencias y de inmediato procuramos salvarnos de aquello que nos amenaza. Pues si no es real lo del aviso, pues mejor es terminar engañado intentando salvarme que llevármelas de «intelectual» exponiéndome al peligro.

Para los que creemos de verdad, los que hemos entendido que nuestra esperanza es bienaventurada y no tenemos por qué avergonzarnos de ella, no existe argumento que nos convenza de exponernos ante algo que se nos advierte sólo por congraciarnos con aquellos que nos «considerarán más inteligentes» si rechazamos la oferta de Dios.

Dios es real, su palabra es verdad y su intención es buena. Tanto así, que nos manda creer y vivir de manera que, aunque él no fuese real y aunque su promesas no fueran ciertas, obtenemos beneficios inmediatos acatando su voluntad. Porque el principio de la sabiduría es el temor a Jehová, no podemos esperar sabiduría real de aquel que no reconoce a Dios. No hay sabiduría fuera de Dios. Podrá haber ciencia e inteligencia, pero la sabiduría que sólo pueden comprender aquellos que en la FE han alcanzado madurez, sólo viene de nuestro buen Dios.

Cómo sucedió a aquellos que amenazaron con echarlos a un horno de fuego si no renegaban de su fe en Dios, que muy acertadamente respondieron: «debes saber oh rey, que nuestro Dios puede salvarnos de tu horno, y aunque no lo haga, no nos postraremos ante la imagen que tu has levantado». De la misma manera, el que cree en Dios, no lo hace como esperando a que Dios, en el mismo instante que son cuestionados, consuma de alguna manera a los que les contradicen, sino que, saben que Dios es paciente, no se tarda, sólo está dandonos tiempo para que reflexionemos y le reconozcamos. Debemos creer correcta e intensamente en nuestro Dios que no fallará, él lo ha dicho, él lo hará. Cuando él quiera, cómo él quiera, porque en eso se muestra que es Dios, hace lo que quiere, pero lo anuncia a los que quiere, no es traicionero, ni está apresurado porque nosotros estamos destruyendo la tierra, él tiene sus planes y lo único que no quiso decirnos es el día y la hora, porque él lo hará cuando sea el mejor momento para que sean más los que tengan la oportunidad de creer en él cuya existencia no depende de la creencia misma de los que creen en él, sino que el creer depende de él.

Si alguien siente ofendida su inteligencia con creer, esa actitud demuestra que su inteligencia es más tan limitada que no identifica que tiene límites. No se trata de acallar la inteligencia, sino de ir más allá de donde ella llega. Nomás porque aplica para estos que desprecian el «creer» es necesario recordarles lo que llegó a entender el mismo Sócrates (considerado el hombre más sabio de la antigüedad), los pensamientos que llegaron a Blaise Pascal en su obra «Pensamientos» y, más recientemente, los razonamientos de Einstein (considerado irrefutablemente un genio). Al entendido a señas, dice un viejo refran y eso aplica para aquellos que teniendo todas las evidencias (señas) no entienden que les conviene creer. Confundidos están cuando sienten que «se les suplica creer» pues esta aparente súplica no es porque creer necesite de esa bondad de ellos, pues esa súplica no obedece a una deficiencia en el creer si no a un interés genuino en ellos mismos de parte de aquel que les suplica creer porque les conviene creer.

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